martes, 28 de febrero de 2012


Entre todos amasábamos y formábamos figuras traviesas
Tú con tus manos pecosas dabas vida a los panes,
Tres corazones alrededor tuyo,
Ansiosos de ser los primeros en sentir el sabor y la tibieza de tu obra
El más pequeñito siempre se abalanzaba a la cesta aun humeante,
Todos reíamos contigo, en la mesa, con el café de cebada y el lamparín agonizando entre nosotros,
Afuera la luna era un pan inmenso que dé a poquitos se comía la noche
Y más allá el murmullo del rio parecían risas y llantos entrecortados por el ir y venir de las piedras inmortales en procesión.
La casa sin ventanas se hundía en la negra oscuridad al soplar el lamparín,
Solo la respiración mútua, algunos insectos noctámbulos y el palpitar de pequeños corazones, murmuraban algo en aquella casa, distinta, alejada y ahora que lo pienso necesariamente mágica.
Aún pequeño sabía que éramos distintos, no por origen ni facciones, o si?
Éramos viajeros del infinito y llegamos aquel lugar desde las estrellas
Huyendo del universo en espiral que todo lo absorbía
Llegamos y nos envolvimos entre los eucaliptos y el yanten que rodeaba la casa, el aroma a tierra del adobe, su puerta verde mediana y ninguna ventana intrusa
Ahora estamos demasiado lejos
Sobre todo yo,
Y quiero volver…
Llegar a la casa quizás ahora construida solo en mis recuerdos
Seguir de frente, llegar a la orilla del rio
Cruzar el pequeño puente
Recostarme entre los árboles
Dejar que anochezca
Y quizás quien sabe inmortalizarme en aquel lugar, donde jamás! Jamás! Debí irme.

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