miércoles, 29 de febrero de 2012


ANGUSTIA
Aquella noche de invierno andino, en la oscuridad envolvente, silenciada por el frío, corríamos hacia lo desconocido, detrás nuestro las ráfagas de pólvora penetraba nuestros infantiles pulmones.

Aquella tarde, cuando vimos caer, arder, humear en una tea apocalíptica, aquel edificio que cada mañana nos acompañaba en nuestros juegos hasta ahora inocentes, junto a nosotros, pasamontañas y ojos chispeantes vigilaban que solo quede cenizas.

Aquella madrugada que partiste, en mi amargura te desprecié y fingí que dormía,  te fuiste, en tu lejanía salí a verte, quise correr hacia ti y no pude, volví a la cama más fría que nunca y hasta ahora se quedo así, nos dejaste confundidos, masticando la amargura en mendrugos enmohecidos, vino mi padre junto a mí y sus abrazos también eran fríos mendrugos de amor.

Aquel día, las sensaciones de imaginar tu muerte, de sentir que escarbaban en tu carne, de creer que todos correríamos hacia aquel destino de crueldad me enfermó el alma, hasta ahora ella quedo postrada en cuidados intensivos, las sensaciones, creer escuchar tus gritos de dolor, de tan solo sentir como te arrancarían las uñas de la piel me enfermo el corazón, aquel corazón que también me gustaría sentir que vive a veces en mí y que no solo finge existir que es así.

Aquella mañana, ya cerca al medio día, en un solitario juego de laberintos, lo vimos, lo oímos, los pies atados con furia, ¿quién sería?, recostado en un rincón los golpes lo laceraban, y aquella angustia de su dolor recorre aún mi cuerpo, aquel crujir del madero en sus huesos aún lo mastico en cada desayuno, aquella piel que se abría como una flor inocente, escupiendo sangre, aún son parte de mis sueños nocturnos.

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