lunes, 16 de abril de 2012


El aroma de la cantuta recorría nuestros cuerpos enredados en la hierba tierna; fresca y andina, como el cielo azul teñido con la sombra del colibrí que agitado palpitaba entre pétalos y néctar de las flores salvajes, agitado como nuestros corazones infantiles, descubriendo el sabor imperfecto de los primeros besos que se combinaban con las moras que marcaban nuestra sonrisa del rojo carmesí, tú eras tan tierna y diversa como la viscachita tímida que asomaba sus luceros en la soledad.
 
Entre los cerros pintados del verde musgo, impregnados de piedras y coralillos, corríamos de la mano en busca de un refugio, niños aun, entre la inocencia y el descubrir del cuerpo sin pudor, entre la tierra oscura que cobijaba habichuelas y cactáceas, descubrimos el sol y las miradas, el frio del amanecer y el milagro de la sonrisa, el aroma del desayuno entre el fogón y la menta y las miradas cómplices,

El rio entre los dos, los dos húmedos mientras el agua invadía nuestros cuerpos,
Pequeños desnudos buscando formas diversas entre las piedras, corriendo una tras otro entre el eucalipto delgado y pálido, con aquellos trompitos que desprendía como si fueran estrellitas caídos de una sonrisa invisible,

La escuelita, aquella donde aprendí amar el aroma de la tiza y tus besos traviesos,
Nuestra pequeña libertad entre el pan de cebada y la espesa machica, tus pasos diversos, tu cabello largo y extendido brillaban al mediodía mientras te sentabas en aquella plaza solitaria en mi espera,

Nuestros abrazos eternos en silencio y frágiles aun me emocionan cuando llega a mí a través del tiempo de la memoria,

Dulce pequeña de cabellos delgados como el firmamento que divide las montañas con el inicio de las nubes, que se confunden con el granizo que ovillado cae, aún te guardo en los rincones lejanos de mi memoria, aquí a pesar de la cruz de los años impuestos a borrar mis recuerdos, tu luz, tu aroma, ternura y fragilidad persisten en quedarse conmigo, florecita andina.