El
aroma de la cantuta recorría nuestros cuerpos enredados en la hierba tierna; fresca y
andina, como el cielo azul teñido con la sombra del colibrí que agitado palpitaba
entre pétalos y néctar de las flores salvajes, agitado como nuestros corazones
infantiles, descubriendo el sabor imperfecto de los primeros besos que se
combinaban con las moras que marcaban nuestra sonrisa del rojo carmesí, tú eras
tan tierna y diversa como la viscachita tímida que asomaba sus luceros en la
soledad.
Entre los cerros pintados del verde
musgo, impregnados de piedras y coralillos, corríamos de la mano en busca de un
refugio, niños aun, entre la inocencia y el descubrir del cuerpo sin pudor, entre
la tierra oscura que cobijaba habichuelas y cactáceas, descubrimos el sol y las
miradas, el frio del amanecer y el milagro de la sonrisa, el aroma del desayuno
entre el fogón y la menta y las miradas cómplices,
El rio entre los dos, los dos húmedos mientras
el agua invadía nuestros cuerpos,
Pequeños desnudos buscando formas
diversas entre las piedras, corriendo una tras otro entre el eucalipto delgado
y pálido, con aquellos trompitos que desprendía como si fueran estrellitas
caídos de una sonrisa invisible,
La escuelita, aquella donde aprendí
amar el aroma de la tiza y tus besos traviesos,
Nuestra pequeña libertad entre el pan
de cebada y la espesa machica, tus pasos diversos, tu cabello largo y extendido
brillaban al mediodía mientras te sentabas en aquella plaza solitaria en mi
espera,
Nuestros abrazos eternos en silencio y frágiles aun me emocionan cuando llega a mí a
través del tiempo de la memoria,
Dulce pequeña de cabellos delgados como
el firmamento que divide las montañas con el inicio de las nubes, que se
confunden con el granizo que ovillado cae, aún te guardo en los rincones
lejanos de mi memoria, aquí a pesar de la cruz de los años impuestos a borrar
mis recuerdos, tu luz, tu aroma, ternura y fragilidad persisten en quedarse
conmigo, florecita andina.

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