El reflejo de la lluvia cuando cae temerosa en la piel de
los amantes se puede percibir desde lejos,
Aquella construcción lejana a medio derruir, con el
molino para moler el trigo y la cebada ahora sirve de refugio a los besos
urgidos de pasión momentánea, a los gemidos silenciados por el rumor del rio
que atraviesa el molino,
Ya cuando anochece, cuando empieza la oscuridad a tocar
con sus dedos los tejados de las casas de adobe y cal es que se puede sentir el
abrazo, el pan y los besos entre las velas a medio alumbrar,
Y el silencio se apodera del campanario, de la iglesia
con los santos de yeso y madera esculpidos por callosas manos, manos que esta
noche se toca la tibieza de su sexo para imaginar la compañía de un cuerpo
tibio recostado con él, y las esculturas tornan su mirada al cielo, ahí todo
sigue en eterna oscuridad,
Algún ladrido de un perro callejero inquieta: el
silencio, el abrazo, los besos, las velas, el calor de la mano en un erguido
cincel, las esculturas; el eco recorre el pueblo y todo vuelve a quedar en
silencio,
Ya amanece, aclara, y la luz del día envuelve tímida aun
a la noche, entrelazados danzan entre la plazuela y la iglesia, entre los cerros
que entonan cantos pastoriles y balidos llorosos, la danza termina cuando el
día inclina en sus brazos a la noche, desapareciendo esta por el molino que aun
se deja recorrer por el rio que pasa debajo de ella.
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